Se arreglaba muy bien para mantener a los compadritos en su lugar. En un idioma extraño, que estaba entre el italiano, el ingles, es argentino y el lunfardo, se hacía entender y los despachaba más rápido de lo que llegaban. Eso sí, siempre lo hacía con mucha clase y sin generar resentimiento.
Fui un afortunado, porque ella no bailaba con cualquiera, y el día que accedió a mi propuesta (al viejo estilo del cabezazo) yo estaba bastante descansado para poder seguir sus pasos. No nos despegamos en toda la noche, sin contar los momentos para aplaudir a la orquesta o para refrescarnos.
Cerca del final de la noche, cuando los mozos ya azomaban los baldes y la gente ya zigzagueaba a sus casas, la Tana y yo bailabamos un bolero. Se me acercó al oido. Susurró algo algo en su simillengua. Lo traducí como pude entenderlo, entre el vino y el ruido del bandaneón me dijo "Nene, la vida es un tango que se baila una sola vez".
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