26.4.12

Breve historia tanguera

Nos conocimos en La Viruta, aunque tal vez la había visto antes, porque su cara me parecía familiar. Después de esa vez nunca más volvimos a bailar, y según escuche por las sombras nunca mas repitió compañero de baile después de esa noche. La Tana bailaba tango y milonga, y como todas las flacas lo hacía muy bien. Se movía con estilo y gracia. No era de esas europeas que turisteaban por Buenos Aires y tomaban una o dos clases de baile- su castellano, sus movimientos, su pensar- todo lo había aprendido en la escuela de la calle.
Se arreglaba muy bien para mantener a los compadritos en su lugar. En un idioma extraño, que estaba entre el italiano, el ingles, es argentino y el lunfardo, se hacía entender y los despachaba más rápido de lo que llegaban. Eso sí, siempre lo hacía con mucha clase y sin generar resentimiento.

Fui un afortunado, porque ella no bailaba con cualquiera, y el día que accedió a mi propuesta (al viejo estilo del cabezazo) yo estaba bastante descansado para poder seguir sus pasos. No nos despegamos en toda la noche, sin contar los momentos para aplaudir a la orquesta o para refrescarnos.

Cerca del final de la noche, cuando los mozos ya azomaban los baldes y la gente ya zigzagueaba a sus casas, la  Tana y yo bailabamos un bolero. Se me acercó al oido. Susurró algo algo en su simillengua. Lo traducí como pude entenderlo, entre el vino y el ruido del bandaneón me dijo "Nene, la vida es un tango que se baila una sola vez".